El Virus del Papiloma Humano (VPH) se considera la infección de transmisión sexual más común, afectando a millones de personas en todo el mundo. Se estima que aproximadamente el 80% de las personas sexualmente activas contraerán VPH en algún momento de su vida, alcanzando la máxima incidencia en la primera década después del inicio de las relaciones sexuales, generalmente entre los 15 y 25 años. A pesar de esta alta prevalencia, el 90% de las infecciones por VPH no presentan síntomas y tienden a resolverse de forma espontánea en los primeros dos años posteriores al contagio. Sin embargo, alrededor del 10% de estas infecciones pueden volverse crónicas, lo que aumenta el riesgo de desarrollar verrugas genitales o cáncer uterino.
El VPH, perteneciente a la familia Papillomaviridae, consta de más de 200 cepas diferentes identificadas hasta la fecha. Estas cepas se dividen en dos tipos según su afectación: los VPH cutáneos, que afectan principalmente a la piel, especialmente en manos y pies, y los VPH mucosos, que afectan a las mucosas genitales, anales y orales. En la actualidad, se conocen más de 40 tipos que afectan al tracto genital, transmitiéndose principalmente durante las relaciones sexuales vaginales, anales u orales y pueden clasificarse en bajo o alto riesgo según su probabilidad de causar cáncer. Entre los tipos de alto riesgo, el VPH16 y VPH18 son los más prevalentes y están asociados al cáncer, mientras que el VPH6 y VPH11 se consideran de bajo riesgo y están asociados a verrugas genitales y condilomas. Es importante destacar que la transmisión puede ocurrir incluso en ausencia de signos visibles de verrugas genitales o síntomas, y que, aunque la mayoría de infecciones no presentan síntomas y desaparecen por sí solas, algunas cepas pueden causar verrugas genitales o cambios en el cuello uterino que, si no se tratan, pueden dar lugar a cáncer.
La detección temprana de estos cambios es crucial para prevenir complicaciones graves, ya que el 99% de los casos de cáncer de cuello uterino están asociados con infecciones crónicas por VPH de alto riesgo, así como otros tipos de cáncer asociados: de vulva (46%), vagina (70%), anal (88%), pene (50%) y orofaringe (26-50%). La vacunación se presenta como una medida fundamental para prevenir la infección por VPH. Por ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la vacunación contra las cepas de alto riesgo más prevalentes del VPH en niñas y niños a partir de los 9 años como medida preventiva. Además, la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia ha establecido recomendaciones específicas para la prevención y detección del cáncer de cuello uterino, que incluyen pruebas de citología vaginal con tinción de Papanicolau a partir de los 25 años y pruebas de VPH a intervalos regulares dependiendo de la edad de la persona. La detección de VPH mediante la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) implica la toma de muestra (vaginal, anal o de tejido con lesiones como verrugas) seguida del análisis para determinar la presencia y el tipo de virus, lo que permite identificar si se trata de cepas de bajo o alto riesgo y establecer unas pautas de seguimiento y tratamiento para las pacientes, previniendo así la aparición de cáncer.
En conclusión, la detección y seguimiento de las infecciones de VPH son una herramienta fundamental para la prevención del cáncer de cuello uterino y asociados, complementadas junto con la vacunación.